En
1650, Velázquez trabajaba en Roma como retratista del Papa. Al mismo tiempo,
Felipe IV se casa con Mariana de Austria. Esos son los dos puntos de los que
parte la exposición ‘Velázquez y la familia de Felipe IV’: en un primer momento
encontramos hasta cuatro obras en los que retrata a la corte papal pero es su
relación la Casa Real la que cobra más importancia. En ese aspecto, la
exposición pone rostro a los personajes que, en ese momento, demandaba Europa:
el propio Felipe IV, la reina Mariana de Austria y su hermana María Teresa, los
príncipes y las infantas, con especial atención en Margarita (a la que se
dedica una sección entera).
Era
ese un contexto en el que España había entrado en una grave crisis económica y
estaba en guerra con Francia, Inglaterra y Portugal. Por eso, es paradójica la
importancia de la pintura en esta época: sin la labor del retratista, los
rostros de la Casa Real no habrían llegado nunca hasta la actualidad,
convirtiéndose en fotógrafos tanto individuales, como de un contexto y una
forma de vivir (los palacios, las vestimentas…).
La
segunda parte de la exposición propone estudiar cómo se continuó la obra de
Velázquez de la mano de Juan Bautista Martínez del Mazo y Juan Carreño de Miranda, dos de sus discípulos.
De ellos encontramos hasta once obras que retratan también a la Casa Real.
En definitiva, una buena prueba de la importancia de
la pintura en esta época para dos motivos: el primero, como comentaba antes, el
de hacer que un determinado contexto perdure en el tiempo y llegue a nuestros
días; el segundo, y más importante en su día, el de mantener informada a una
población que reclamaba saber cómo se vivía en el palacio, quiénes eran los
sucesores y su modelo de vida.
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